
Nacida en Moisés Ville, Santa Fe, Rosa creció en una familia de inmigrantes judíos que llegaron a Argentina huyendo de los pogromos en la Rusia zarista. A pesar de las dificultades económicas, su amor por el conocimiento la llevó a estudiar obstetricia en Rosario, donde se graduó y llegó a ser jefa en la Maternidad Escuela de Obstetricia. Su vida dio un giro radical con la llegada de su única hija, Patricia Julia, en 1952, fruto de su matrimonio con Benjamín Roisinblit.
Patricia, comprometida con la lucha política, fue secuestrada en 1978 junto con su compañero José Manuel Pérez Rojo cuando estaba embarazada de ocho meses. Desde ese momento, Rosa inició una búsqueda desesperada que la llevó a unirse a Abuelas de Plaza de Mayo, organización de la cual hoy es presidenta honoraria y que ha jugado un papel crucial en la restitución de identidad de los nietos apropiados durante la dictadura militar.
En el año 2000, Rosa se reencontró con su nieto Guillermo, nacido en cautiverio y criado por un agente de la Fuerza Aérea. Este reencuentro, mezcla de alegría y dolor, no detuvo su lucha por los derechos humanos. Su trabajo en Abuelas de Plaza de Mayo resonó en todo el mundo, llevando el mensaje de justicia y memoria a cada rincón.
Aunque hoy Rosa ya no participa activamente en la organización, reside en un hogar para mayores donde se mantiene lúcida y amorosa. Su legado sigue siendo un faro de inspiración, recordándonos que la memoria es el motor de la justicia y que la búsqueda de la verdad no debe cesar hasta que todos los nietos sean restituidos.
Durante la celebración de su 105 cumpleaños, Rosa demostró una vez más su carácter único. Antes de soplar las velitas, decidió comerse las frutillas que decoraban su torta, provocando risas y revelando la simplicidad y genuinidad que la caracteriza. Este gesto simboliza su vida dedicada a la lucha por la verdad, la memoria y la justicia.
“Mi compromiso con la vida es para siempre, con todos los que padecen la falta de justicia y de libertad en el mundo entero”, ha dicho Rosa. Con esta convicción, continúa siendo un símbolo de resistencia y amor, recordándonos que la historia de Argentina no puede olvidarse y que la lucha por la justicia es una tarea que trasciende generaciones.
Por Claudio Altamirano, educador y documentalista.
Ig. @altamiranoclaudio