
Cuarenta y ocho horas después del fallo de la Corte Suprema que confirmó la condena que le impone a Cristina Fernández de Kirchner( CFK) seis años de cárcel y la inhabilitación perpetua para ejercer cargos públicos, la esquina del edificio que eligió para pasar las horas posteriores a la decisión que la sacó de la cancha electoral, donde espera cursar la prisión domiciliaria, está poblada por unas centenas de almas que resisten con aguante.
Es jueves cerca de las 15. Entre 300 y 400 personas se amontonan buscando un pedacito de sol de otoño en la esquina de San José y Humberto 1° sin levantar alboroto. «Con el bullicio seguro va a salir», le susurra una mujer de mediana edad a otra que hunde sus manos en los bolsillos de la campera. No se miran. Las dos tienen la vista clavada en el balcón del primer piso de San José 1111, allí donde Cristina se asoma a saludar de tanto en tanto desde que el martes a la tarde la militancia inundó esta zona del barrio porteño de Constitución. La peregrinación sigue.
«Llamen al gorila de Milei…» arranca la barra en medio del humo de las parrillitas improvisadas entre móviles de TV. El cantito entonado al compás de los aplausos no logra que se abran las ventanas del departamento donde está la expresidenta, pero todo el mundo apunta con sus celulares en dirección al balcón y toma fotos para matizar la espera. La marcha peronista suena de fondo en loop. Un Fiat Siena tuneado con todos los clichés argentos y los gritos de «a lo’ chori y la bondió» suman al folclore.
El balcón de CFK
En la esquina del edificio donde vive la hija de la exmandataria, una carpa montada por La Bancaria es el ejemplo más notorio de la presencia gremial en la vigilia, junto a una bandera que copa la bocacalle unos minutos, para hacer gala de poderío sindical. Hay también carteles de los trabajadores de la vieja empresa estatal eléctrica SEGBA y del personal jerárquico de las empresas de energía. Un par de muchachos llevan puestos buzos de la federación de municipales bonaerenses, la organización que comanda el histórico Cholo García.
Esquina liberada por Patricia Bullrich
A unos metros, a mitad de cuadra por Humberto 1°, flamea un trapo gigante con la imagen de CFK desde las alturas de la Facultad de Ciencias Sociales en medio del silencio. No hay clases, porque la facultad está tomada. Tampoco hay tránsito ni bocinazos: las calles están cortadas por la policía. No hay protocolo antipiquetes en torno de la Puerta de Hierro K.
En las puertas del edificio de Cristina el personal de seguridad está apostado con cara de pocos amigos. En el frente hay carteles pegados, escritos a mano por la militancia, donde sobresale la palabra «Gracias». En las paredes de toda la zona se mezclan grafitis, afiches y esténciles con leyendas que dan testimonio de la devoción cristinista.
Hay un aire de melancolía en la gente que llega suelta, sin ademanes ni pretensiones, y se sienta en el cordón de la vereda o deambula en derredor del grupo que se apiña en la ochava en un semicírculo imperfecto donde todos miran al balcón, como si fuera una coreografía diseñada. Una mujer maldice en voz baja a «el dueño de Clarín«. Dos grandotes se reconocen y se abrazan: ya estuvieron en lides como esta. No hay ánimos encendidos. Hay una suerte de recogimiento.
Al cierre de esta nota, un par de horas más tarde, cuando el sol ya había dejado la vigilia K a merced del frío, la expresidenta salió a saludar desde el balcón. Fue un par de minutos. La feligresía cristinista seguía allí. ¿Por cuánto tiempo?, se preguntan analistas que tratan de atisbar el futuro. Antes de llegar a la estación de GNC ubicada en la esquina de la avenida San Juan, un cartel avisa: «Nadie puede proscribir este amor».
Fuente Letra P