
Por Claudio Altamirano
Hace más de tres décadas, en una escuela humilde de Loma Hermosa, se gestaban los sueños de una alumna brillante y sensible, hija de obreros que apostaban a la educación como el único camino hacia un futuro más justo. En esas aulas, se empezaron a construir las bases de una vida dedicada a la transformación social, a romper cadenas y abrir horizontes para los más vulnerados. La educación no era solo una promesa, sino el terreno fértil donde la perseverancia y el sacrificio florecían.
Años después, el reencuentro en tierras extranjeras fue mucho más que un momento emotivo; fue una reafirmación de que la educación tiene el poder de transformar, en el sentido más profundo de la palabra. Esa alumna, Natalia, migrante y ahora trabajadora social, con múltiples títulos honoríficos de prestigiosas universidades, y madre de una niña que encarna la misma lucidez y amor, demostró que el aula no es solo un espacio para la transmisión de contenidos, sino el lugar donde se gestan las herramientas necesarias para construir un mundo más justo y solidario
En un contexto donde las políticas neoliberales intentan reducir la educación a un mero trámite instrumental, al servicio de un mercado deshumanizante, la experiencia de quienes lograron trascender esas limitaciones nos recuerda la esencia más profunda de educar: apostar por la humanidad, por sus sueños y por su capacidad infinita de resistencia. Porque educar nunca es un acto neutro; es, en sí mismo, un gesto político de transformación social. En este 18 de diciembre, Día del Inmigrante, reafirmamos también el valor de quienes, como Natalia, construyen futuro y esperanza, no solo a través de la educación, sino a través del ejemplo de lucha y fortaleza que representan.
En esos años, aprendí que resistir es una obligación moral frente al cinismo de un sistema que nos quiere “muertos por dentro y esclavos”. La resistencia es un acto ético, un grito silencioso que exige no acostumbrarnos a la injusticia ni resignarnos al individualismo que se impone como norma. La educación pública, asediada por la lógica mercantil, necesita de nosotros: de nuestra capacidad de soñar y de sembrar, una y otra vez, semillas de esperanza.
Este sistema nos quiere apáticos, resignados, desconectados de la solidaridad, atrapados en un individualismo que arranca la dignidad humana. Pero educar nunca ha sido un acto neutro ni inofensivo. Es, en su esencia, un desafío directo y radical contra ese orden injusto y depredador. Un llamado a la acción, a recuperar la humanidad que el sistema intenta arrebatar.
Como alguien dijo alguna vez, “a la estética, ética. A la autoridad, resistencia”. En esas palabras encontré un faro que me guía en la tarea cotidiana de educar y de luchar por un mundo mejor. Porque mientras otros miden la felicidad en riqueza, los educadores sabemos que nuestra tarea es construir humanidad, en sus múltiples formas y colores.
En la resistencia está la esperanza. Y en la esperanza, la fuerza para seguir transformando realidades.
Por Claudio Altamirano, documentalista, educador
Coordinador del Programa Educacion y Memoria CABA (2008-2019)
La LIBERTAD 🗽, LA EDUCACIÓN. LA SALUD Y SEGURIDAD. SON LAS COSA QUE EL ESTADO DEBE ATENDER.
La educación es humana sino es otra cosa. Llamen la cómo quieran. Es vínculo empático de historias que se cruzan. Docentes, alumnos y familias. Todos entramando, haciendo trama de vida para resistir el neoliberalismo educativo que quiere transformar el hecho educativo en una experiencia pavloviana. Gracias Claudio por ayudarnos a reflexionar una vez más.